Ánimos, ánimas y demás familia













Este año, aunque no hubo ánimos para enfrascarse en una aventura tan descabellada como desconcertante del anterior, sí hubo una grandísima leyenda, así que las Ánimas acudieron prestas a su cita con la medianoche de su día. A las faldas de su monte, entre los Arcos y San Polo, y a las orillas de mi casa, las escuché llegar entre un silencio sepulcral solo roto por la aureola de una voz que resonaba profunda por entre las sombras de mi cabeza y las ascuas que brotaban del río. 
Algunas ánimas proclamaban que esa voz nítida que escuchaban era la de Morgan Freeman, posiblemente grabada hace 50 días, cuando anduvo bien muerto durante unas cuantas horas por la red, mientras que otras aseguraban que no, que era la voz del mago Gandalf, el de la Tierra Media, que estaba de invitada con unos animosos rumanos a la temporada de psylocibes...
A saber.

Ahora bien, lo que sí puedo asegurar es que esas palabras tan profundas, casi tan cavernosas como las de nuestras pulcras conciencias -y que anoche retumbaban cadenciosas por entre los ecos de los chopos-, eran emitidas por la voz del mismísimo Bécquer, Gustavo Adolfo, que andaba contando una batallita de las suyas acerca de los contornos entre los que me voy difuminando desde hace más de 20 años.

Y eso, ahora, cuando camino solitario por entre esos reflejos que aparecen todos los días por las veredas del amanecer, pues, no sé, acojona. Y mucho.
Así que ando como encantado.


Aquí el audio de la leyenda del Monte de las Ánimas por Pepe Mediavilla

Comentarios

  1. Me ha impactado la leyenda. Las fotos son todas de una belleza que no puedo optar por alabar o comentar ninguna.

    Todas son bellísimas. Y tu texto...sin temor...la vereda se abre paso a tus ojos, para regalarte la vida en un objetivo.

    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. La leyenda, cuando caminando -al anochecer- por el mismo monte te viene a la cabeza, consigue que una especie de escalofrío circule agazapadamente por tus más íntimos temores, esos que generalmente hacen poner a tus pies en polvorosa, cual acojonada gacelilla.

      Sin embargo, hay un punto, en el que en toda época florecen los condones... Lo que demuestra que el amor siempre, siempre, ha podido con el miedo. :)

      Mil gracias amiga por tus palabras, siempre tan animosas como bien escritas.

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  2. Tengo tus ánimas en blanco y negro. Ahora las veo ensangrentadas. El miedo que sentimos en la naturaleza, no es más que el recordatorio de nuestra procedencia, de lo infinito de esta y nuestra minusculosidad ante ella. Ese temor debería hacernos reflexionar. Debería crearnos la obligación de respetar, aunque solo fuese por temor. Pero tan pronto llegamos a nuestro fortín, que es lo que llamamos hogar, se nos olvidan esos orígenes, se nos olvida la necesidad para subsistir que tenemos de ella.
    Tal vez ese miedo que sentimos cuando nos encontramos solos, sea el remordimiento de quién se sabe mal actúa.
    Un abrazote

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  3. Al parecer la verdadera libertad te vincula sistemáticamente a la soledad, pero también te exime de la obligación del deber de dar explicaciones a nadie, incluyendo en ellas a la hacienda y a la querencia. Quizá por ello algunos sólo tengamos realmente miedo cuando estamos en ciertas (y malas) compañías.

    Quizá por ello, mi buen amigo Cormorán, esté empezando a volverme un tipo realmente antisocial, entendiendo por "antisocial" a la misma sociedad que me quieren vender tanto la querencia y la hacienda...

    Salú

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