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Mostrando entradas de enero, 2013

Ladrón de fotografías

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      Julián G. de la Mata, ladrón de fotografías. Contestatario, irreverente, descreído… Por no creer, el fotógrafo soriano Julián García de la Mata no cree ni en las reglas de la fotografía pues, desde siempre, sintió profunda aversión hacia cualquier tipo de norma, y la fotográfica no iba a ser la excepción. Desde el principio se esforzó en ignorarla, o más aún, en negarla. Después de muchos disparos, sin quererlo -y probablemente a pesar suyo- ciertos aspectos de la técnica fotográfica han ido llegado hasta él: la exposición, la composición, la profundidad de campo, el balance de blancos… todas ellas cosas aburridísimas. Eso sí, lo otro, lo más importante, la creación de un universo propio, el desarrollo de una mirada personal, en definitiva, la magia… eso llegó como debe llegar, en silencio, en soledad, con la práctica de hacer miles y miles de fotografías. La mejor técnica de Julián es su inspiración, su afilada intuición. El "ver" antes que

Here they are Celtiberians

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No soy lingüista, eso es evidente, pero sí soy diseñador gráfico, y no sé por que me da que la lengua Celtíbera, aún siendo paleohispánica o prerromana, tenía mucho más en común con el alfabeto romano de lo que nos imaginamos. Sólo hay que darle una vuelta y pulir los flecos. La historia del romano Amable, Amable Rodríguez, que se traslada desde la Citerior marítima hasta la Alta Meseta cada vez que hay jarana para recibir palos. Por amor al arte. O por vivir la historia. O porque quiere. También está la historia de los "Kachorros de la Makaa", que eran demasiado jóvenes como para luchar abiertamente en la historia pero lo suficientemente adultos como para jugar a la guerra electrónica o en el paintball. O si vivieran en Africa para estar disparando y encajando en la guerra. O la del herrero numantino, que anhelaba con ser romano para usar la tecnología -poco pesada- de sus habilísimas herramientas. Y estaba quien

Mi primera vez

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Vivo en la punta de la lengua que los sorianos sacan a su río, bajo las faldas de un desnutrido castillo, en el mismo vértice de ballesta que dicen le hace el Duero -cuando pasa a hurtadillas- a la ciudad. Desde ella contemplo como día tras día el tiempo va erosionado mi vida mientras que las aguas, que todo lo abarcan, se contonean impúdicas ante mí desprendiéndose de sus reflejos, de sus colores, de sus sonidos. Aunque yo aquí sigo, admirándolas como si se tratara de la primera vez que las viera; extasiado, emocionado, feliz. Sí, hasta feliz. Y es que desde que tengo memoria mi río ha estado presente incluso en las ausencias. En él pasé asilvestrado todos los veranos de mi niñez. También hice una gran parte de las correrías de juventud, descubriendo lo que era el amor y chapoteando entre corrientes tan oscuras como frías eran sus aguas. Rodeado de boyuyos , chopos, putaspinchas , barcas, atardeceres eternos, culebrillas, cigarrillos en rama, a