Bye bye fiesta...
Tenía ojos azul marino y sonrisa de bella bellaca. Iluminada por un extraño don de políglota, dedicaba sus noches a la caza furtiva en ciertos abrevaderos donde los hombres aún tergiversan su apariencia ocultos en los claroscuros de su billetera. Una noche me la encontré -apática y todavía altiva, sin querer pero queriendo- en ese cruce de caminos que la vida tiene siempre reservada a los jovenzuelos oportunistas como yo. Ahora, a mis 83 años, todavía me duele el trasero cuando me recuesto.